¿Cómo es posible que haya engordado si mi dieta no ha variado en los últimos 30 años? Es lo que se preguntan algunas personas que se han hecho mayores y no conservan la figura estilizada que lucían décadas atrás. La respuesta, según ciertas investigaciones y estudios que han visto la luz, hay que buscarla en factores que no se pueden controlar.

Menos actividad física y menos músculo

Los niños y los adolescentes también engordan, pero muchos no lo hacen porque se están moviendo continuamente. La energía que desprenden les sirve para quemar grasas y no tienen que preocuparse por la báscula. Sin embargo, con el paso de los años tendemos a pasar más horas sentados, ya sea estudiando, trabajando o disfrutando de una merecida jubilación. Eso provoca una pérdida de músculo que se conoce como sarcopenia y que nos hace perder entre un 3 y un 5% de grasa cada 10 años cuando superamos la barrera de los 30. Eso, como podrás imaginar, se traduce en un incremento de la grasa.

Más estrés

Si sufrimos estrés, lo más probable es que comamos rápido y mal. Hacerse mayor significa abandonar los mundos de Yupi y asumir responsabilidades tanto en casa como en el trabajo. Eso dispara nuestros niveles de nerviosismo, lo que a su vez también repercute en un aumento de la presión arterial y el colesterol, al tiempo que nuestra función inmune disminuye.

Decadencia hormonal

Hay muchas hormonas que nos dicen adiós a medida que envejecemos. ¿Un ejemplo? La del crecimiento. También podría citar la progesterona, el estrógeno, la testosterona o las dos hormonas tiroideas. Dicha bajada se traduce en un aumento de la grasa abdominal, pérdida de fuerza muscular, trastornos del humor, trastornos del sueño…

¿Qué es lo mejor para mantenerse en un buen peso? Practicar ejercicio (andar media hora al día es suficiente), comer bien y hacer todo lo posible por llevar un estilo de vida saludable.